Su población no llega a 10 habitantes, aunque muchas casas han sido recuperadas como segunda residencia.
Las casas del núcleo urbano están alrededor de la plazoleta rectangular, desde donde sale una calle estrecha, en dirección al sur. La calle y la plaza llevan el nombre de San Lorenzo, también la iglesia.
Hay un dicho que dice: "Es más listo que el herrero de San Felices" y es que, este pequeño pueblo también cuenta con su leyenda. Aunque algunos sitúan esta leyenda en San felices de la Solana o San Felices de Agüero ¿?
El herrero de San Felices estaba harto del trabajo tan duro que debía realizar, sin descanso, todos los días de la semana, para a fin de cuentas vivir en la pobreza, sin apenas nada que llevarse al plato. Quería enriquecerse a toda costa, así que decidió invocar al diablo, que acudió inmediatamente a su encuentro. Al diablo le gustan las doncellas puras y los esforzados mozos, pues, según él mismo dice, "a los demás ya los llevo en el zurrón".
A cambio de riquezas y deseos satisfechos, el robusto herrero entregaría su alma al diablo en el mismo momento de su muerte.
La gente del pueblo no podía comprender cómo el herrero se había enriquecido de la noche a la mañana, y no faltaron mil habladurías que al hombre dejaban impasible.
Pero pasaron los años... y el diablo se presentó dispuesto a que aquel hombre cumpliera su parte del trato, puesto que él bien había cumplido la suya.
El herrero pidió un último favor al diablo. Éste imaginaba la angustia que estaría sufriendo por dentro, al verse para siempre condenado en el infierno, de modo que se mostró dispuesto a concederle el deseo, siempre que no fuera dejar de morirse o no entregarle el alma.
El angustiado herrero pidió como último favor que le permitiera escoger la forma en que iba a morir. No vio inconveniente en ello el diablo, pues lo que quería era su alma y poco le importaba cómo ésta abandonara el cuerpo. De modo que, demonio pero caballero, le concedió este último deseo.
Y el viejo somarda aragonés, sabiendo que el demonio siempre cumple la palabra dada, dijo mirándole muy fijamente a los ojos: "Quiero morir de sobreparto".
Y, una vez más, se esfumó en el acto el diablo burlado, por no poder cumplir lo acordado.
A cambio de riquezas y deseos satisfechos, el robusto herrero entregaría su alma al diablo en el mismo momento de su muerte.
La gente del pueblo no podía comprender cómo el herrero se había enriquecido de la noche a la mañana, y no faltaron mil habladurías que al hombre dejaban impasible.
Pero pasaron los años... y el diablo se presentó dispuesto a que aquel hombre cumpliera su parte del trato, puesto que él bien había cumplido la suya.
El herrero pidió un último favor al diablo. Éste imaginaba la angustia que estaría sufriendo por dentro, al verse para siempre condenado en el infierno, de modo que se mostró dispuesto a concederle el deseo, siempre que no fuera dejar de morirse o no entregarle el alma.
El angustiado herrero pidió como último favor que le permitiera escoger la forma en que iba a morir. No vio inconveniente en ello el diablo, pues lo que quería era su alma y poco le importaba cómo ésta abandonara el cuerpo. De modo que, demonio pero caballero, le concedió este último deseo.
Y el viejo somarda aragonés, sabiendo que el demonio siempre cumple la palabra dada, dijo mirándole muy fijamente a los ojos: "Quiero morir de sobreparto".
Y, una vez más, se esfumó en el acto el diablo burlado, por no poder cumplir lo acordado.
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